miércoles, 4 de junio de 2008

Introducción

Índice
Ofrecimiento: Francisco González Cabaña

Introducción

1.- Cuando no tenemos nada importante que decir

2.- Cuando no encontramos las palabras adecuadas

3.- Cuando no tenemos quien nos escuche

4.- Cuando no es el momento oportuno de hablar

5.- Cuando hablan los hechos

6.- Cuando hablan otros

7.- Cuando no estamos serenos

9.- Cuando acuden a nuestros labios palabras que hacen daño.

10.- Cuando los oyentes no atienden ni entienden nuestras palabras.








Ofrecimiento


Si, como todos sabemos, la palabra es la única herramienta de los políticos, el silencio es el escudo que nos protege de las inevitables acechanzas de las adversidades, el refugio en el que nos encontramos con nosotros mismos y el campamento desde el que escuchamos las demandas de la sociedad a la que servimos.

Necesitamos reconfortantes espacios y tiempos de silencio -esa realidad enigmática e inaprensible- para descansar de la agitación y para tranquilizar nuestro espíritu, para nutrir nuestra vida, para atenuar las inquietudes, para convertirnos en mujeres y en hombres mansos, para interpretar adecuadamente las voces de los ciudadanos y para encontrar la palabra precisa que responda a sus incitantes y, a veces, urgentes preguntas. Es en el silencio donde podemos penetrar hasta los yacimientos más secretos de los que nutrir nuestra vida, nuestras aspiraciones, nuestros proyectos y nuestras actividades.

Por eso -estimado amigo- se me ha ocurrido ofrecerte este pequeño y estimulante libro con la intención de que, al mismo tiempo que te expreso mis deseos de bienestar y de eficacia en el trabajo en beneficio de nuestros paisanos, te anime en la búsqueda de saludables momentos de silencio, esa vía terapéutica que, si lo aplicamos en sus dosis justas, además de reconstituyente, nos puede abrir ventanas por la que divisemos con mayor claridad la vida: la nuestra y las de los que nos rodean.


Día de la Provincia



Francisco González Cabaña
Presidente de la Diputación Provincial



















El sonido más fuerte es el silencio.
Lao Tsé

Cállate o di algo mejor que el silencio. El silencio es la 1ª piedra del templo de la sabiduría
Pitágoras de Samos

Habla sólo en dos circunstancias: cuando se trata de cosas que conoces bien, o cuando la necesidad lo exige. sólo en estos dos casos la palabra es preferible al silencio; en todos los otros casos es mejor callar.
Isócrates

La mejor parte del valor es la discreción
William Shakespeare

La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos transcurre amenamente.
Erasmo de Rotterdam

El camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio.-
F. Nietzsche

Si cada español hablara solamente de lo que entiende, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio.
Manuel Azaña

En la sociedad en la que vivimos, en la que se considera que el exhibicionismo es glamouroso y se piensa que el que calla otorga, la discreción es una virtud que parece que es un adorno trasnochado.
Carmen Posadas







Nota previa


1.- Las reflexiones que ofrecemos en esta pequeña obra son la plasmación de algunas de las ideas que comentamos en varias reuniones solicitadas por algunos alumnos de la Escuela de Escritoras y Escritores quienes, tras las sesiones prácticas sobre los discursos orales y los textos escritos, habían llegado a la conclusión de que “el arte de callar” constituía una difícil destreza que deberíamos cultivar los que pretendiéramos dominar “el arte de hablar” y “el arte de escribir”.

2.- Los personajes que, en esta ocasión, intervienen en el debate representan los diferentes perfiles de los alumnos que más se interesaron por esta cuestión: A., una mujer locuaz, B., un varón huraño, C., una mujer expresiva, D., un joven tímido y E., un joven reservado.

3.- El título no es original. Lo hemos tomado del libro que, en 1771, publicó el Abate Dinuart -L´Art de se taire, principalement en matière de religion- y cuya traducción, elaborada por Mauro Armiño, ha editado en cuatro ocasiones -1999, 2000, 2001 y 2003- la Biblioteca de Ensayo Siruela.






Introducción
Ahora que el silencio nos resulta más necesario, es cuando tropezamos con las mayores dificultades para cultivarlo, para aprovecharlo como fuente de vitalidad, de fantasía y de creatividad. En este mundo saturado de ruidos necesitamos confortables espacios de silencio, instantes prolongados para la pausa, para la interiorización personal y para la apertura solidaria. Momentos para respirar hondo y para oxigenar nuestro espíritu: para reflexionar sobre nuestros cambios, para meditar pausadamente en el imparable correr de nuestros días y para contemplar, asombrados, el espectáculo de la naturaleza: para descifrar los mensajes imponentes del mar, del cielo o de la montaña, o para, simplemente, percibir la voz discreta de un rosa o el imperceptible crecimiento de una brizna de hierba.













Los ruidos
El aturdimiento producido por el estruendo de rumores y de murmullos nos impide apreciar el sentido de una sonrisa complaciente o el significado de un sollozo suplicante. Necesitamos el silencio para, tranquilos, mirar hacia lo alto y para, animados, progresar. Hemos de callar para, serenos, cobrar aliento y para, contentos, seguir la marcha hacia nosotros mismos. Sólo de esta manera transformaremos las actividades en experiencias y escucharemos la música que fluye bajo el arrullo de las palabras.

Si pretendemos evitar ahogarnos en este turbulento mar de confusiones, necesitamos callar de vez en cuando, administrar las pausas y esperar el momento oportuno, para que, con prudencia, paciencia, discreción y templanza, acertemos con la palabra adecuada. Estas virtudes tienen mucho que ver con unas facultades tan escasas como el tacto y el gusto: el tacto cordial y el gusto estético.








El silencio y la palabra
No podemos olvidar que las semillas de las palabras fructifican cuando, tras caer en la fértil tierra del silencio, reciben la lluvia mansa de la reflexión serena. Por eso, para saborear los colores, los sonidos y los brillos, necesitamos el silencio y la soledad. Pero también hemos de callar con el fin de lograr descifrar el significado de los diferentes significados de los silencios.

Por eso te he repetido en más de una ocasión que el amor a la palabra implica la fascinación por el silencio. Cada palabra, al mismo tiempo que expresa algunas cosas, calla otras que, a veces, son más importantes. Ésta es la conclusión más trascendental a la que llegan los “filólogos”-los enamorados de la palabra-, los poetas, los escritores, los oradores y los que practican las artes sutiles de la conversación: todos cultivan las palabras y los silencios. Desde el principio el escritor sabe, oscuramente, que la palabra germina en el silencio, que éste no es un desierto árido, sino una tierra fecunda de donde él extrae la savia que hace florecer las sensaciones, los sentimientos y las ideas. Los hombres somos criaturas y creadores de esa palabra que surge en el silencio, nace de sus profundidades, aparece por un instante y, después, regresa serenamente a sus abismos.





El silencio, un confortable recinto
El silencio no es el vacío, no es la ausencia, la oscuridad, el abismo ni el olvido, sino un confortable recinto en el que, entremezclados, viven, gozan, lloran y mueren muchas esperanzas, ilusiones, recuerdos y temores; es un ámbito sagrado en el que resuenan voces nítidas que nos explican el sentido profundo de nuestras ansias secretas.

Necesitamos del silencio para la contemplación intelectual, espiritual y estética: para leer y para releer la vida; para interpretar las claves de los episodios que nos inquietan, nos interpelan y nos estimulan; para respirar el aire libre del pensamiento, para sumergirnos en el mar abierto de la fantasía e, incluso, para entregarnos a la acción desinteresada y solidaria. Para lograr que las palabras sean fecundas simientes que, iluminando las cuestiones de más palpitante actualidad, penetren en nuestras entrañas, germinen y, allí, produzcan frutos gratos y provechosos. Pero, para interpretar, los silencios, hemos de aprender a oírlos y a valorarlos. El arte de callar no es el arte de no decir nada sino un componente esencial de la retórica: el arte de transmitir silenciosamente mensajes elocuentes.





Silencio y naturaleza
En la poesía el silencio se convierte en categoría expresiva y en un modo de sintonizar con la naturaleza: a través del lenguaje del silencio participamos en el ser y en la vida de los demás seres; superamos las ambigüedades comunicativas y logramos que las voces se conjuguen, se desplieguen y ahonden en las esencias de los nombres.

El silencio es también un instrumento que, si lo usamos con habilidad, puede lograr diversos efectos: provocar el silencio del interlocutor, generar su sorpresa, llamar su atención, proporcionarnos descanso, serenar los ánimos, propiciar la reflexión. Al ser más ambiguo que las palabras puede prestarse a interpretaciones diferentes a las deseadas. Pero, de la misma manera que podemos hablar bien o mal, también es posible emplear el silencio de forma correcta o incorrecta, por eso es útil que cultivemos el arte de callar para lograr perfeccionar nuestra destreza.









La discreción
En nuestra opinión, la prueba más contundente y la expresión más clara de la sabiduría humana es la difícil virtud de la discreción -no el secretismo- que consiste, fundamentalmente, en la capacidad de administrar las ideas, de gobernar las emociones, y, más concretamente, en la habilidad para distribuir oportunamente las presencias y las ausencias, las intervenciones y las inhibiciones. Es discreto el que interviene cuándo y cómo lo exige el guión.

La discreción es, por lo tanto, una destreza que pertenece a la economía en el sentido más amplio de esta palabra; es una habilidad que, además de prudencia, sensatez y cordura, exige un elevado dominio de los resortes emotivos para intervenir en el momento justo, un tino preciso para acertar en el lugar adecuado y un pulso seguro para calcular la medida exacta, sin escatimar los esfuerzos y sin desperdiciar las energías.

La indiscreción, por el contrario, puede ser la señal de torpeza o de desequilibrio, y pone de manifiesto la incapacidad para gobernar la propia vida y, por supuesto, para intervenir de manera eficaz en la sociedad. Supone siempre un peligro que, a veces, puede ser grave y mortal. El indiscreto corre los mismos riesgos que el chófer que conduce un automóvil que carece de frenos y de espejo retrovisor.

Permíteme que te haga una pregunta. ¿Te ha ocurrido en alguna ocasión que personas que te parecían inteligentes, simpáticas y atractivas mientras guardaban silencio, tras escucharlas hablar te han resultado torpes, antipáticas y desagradables? Las personas prudentes y comedidas nos inspiran confianza; los lenguaraces, por el contrario, nos provocan preocupación por su inconsciencia, tristeza por su irresponsabilidad y temor por el riesgo de que pierdan los frenos, destapen sus vergüenzas, salten al vacío y, lo que es peor, caigan encima de nosotros, nos desnuden y destruyan el patrimonio de nuestra intimidad.




viernes, 30 de mayo de 2008